martes, 31 de julio de 2007

PONENCIA sobre corrupción

CULTURA DE LA CORRUPCIÓN EN MÉXICO

Por. Héctor Manuel Rodríguez Figueroa

Estudiante de la Universidad Autónoma de Aguascalientes

INTRODUCCIÓN

El objetivo principal de este trabajo es proponer un marco teórico para el estudio de la “cultura de la corrupción”, término sumamente empleado hoy en día y que ha sido descuidado desde el punto de vista académico y científico. También haremos un breve recuento de la corrupción en México destacando sus rasgos culturales. Este tema cobra gran importancia, ya que para poder erradicar la corrupción, primero hay que entenderla en todas sus dimensiones y uno de los aspectos más olvidados son sus connotaciones culturales.

El marco teórico aquí presentado servirá para respaldar y ser guía de investigaciones empíricas sobre la cultura de la corrupción.

CULTURA DE LA CORRUPCIÓN EN MÉXICO

En un estudio realizado en México durante el año 2005 por la compañía CEI Consulting & Research sobre el Impacto del Fraude y la Corrupción en las Pequeñas y Medianas Empresas se estimó que la corrupción le cuesta al país el 12 por ciento del Producto Interno Bruto; por otra parte, un estudio realizado por el Consejo de la Comunicación A. C. nos dice que existe una probabilidad de 87 por ciento de que un mexicano haya cometido algún acto de corrupción en su vida. Esto resultados nos hablan del gran impacto que la corrupción tiene tanto sobre la economía como sobre la cultura en nuestro país.

Estos resultados llevaron a Rubén Aguilar, el entonces vocero presidencial de Vicente Fox, a admitir que la corrupción “es parte, por desgracia, de la cultura nacional”. Por distintos medios, escuchamos hablar de la presencia de una “cultura de la corrupción” en nuestro país, incluso ya se hacen llamados y exaltaciones a construir una “cultura de la legalidad” para erradicar a la primera; es aquí donde surgen algunos cuestionamientos ¿qué tanto sabemos realmente sobre la corrupción? y ¿qué tanto está se ha constituido y arraigado como una práctica cultural?

El tema ha sido constantemente abordado por politólogos y economistas arrojando datos interesantes, pero se ha descuidado tanto su aspecto sociológico como cultural, semblantes que consideramos indispensable retomar: el aspecto sociológico porque es una acción social con un mínimo de bilateridad social, además tiene causas y efectos sociales; el cultural, porque además de su causalidad objetiva, económica y política, tiene una causalidad entretejida por los valores, códigos e identidades, es decir, una causalidad subjetivamente construida.

I. En búsqueda de un marco teórico sobre la cultura de la corrupción

El objetivo de este capitulo es ofrecer un marco teórico, desde el enfoque de la sociología de la cultura, para futuras investigaciones empíricas sobre para la cultura de la corrupción.

Una constante en los artículos, investigaciones y libros que tratan el tema de la corrupción es que comienzan advirtiendo sobre los problemas teóricos, metodológicos y empíricos que acarrea su estudio, iniciando por su propia definición y conceptualización, hasta la consideración sobre cómo recabar datos empíricos y hacer generalizaciones de un fenómeno que se tiende a ocultar y ha quedarse como secreto como lo es éste.

Antes de emprender la búsqueda de una definición de la corrupción que sea adecuada para nuestra investigación, hay que proponer una fundamentación teórica que nos permita entenderla desde el enfoque sociológico-cultural.

Podemos afirmar que la cultura está integrada por componentes materiales y no materiales, por un lado, pautas de comportamiento y otras exterioridades como acciones, objetos y expresiones significativas diversas; por el otro, los significados subjetivos, las identidades y la intencionalidad tanto de sujetos individuales como colectivos.

Hay que entender a la cultura como una “telaraña de significados”, como diría Geertz; pero es necesario incluir el componente material, es decir, la forma en que tales significados se traducen, o pueden traducirse, en acciones, prácticas sociales e incluso en pautas de comportamiento, instituciones u objetos y que, a su vez, tienen una relación dialéctica sobre los propios significados y su formación.

De esta manera superamos la visión de cultura como sólo “significación social de la realidad” ya que nos ocuparemos la vía por la que dicha significación se plasma en la realidad. Esta misma dicotomía se presenta en el tema de la corrupción, lo que lleva a confundir “la realidad y la imagen, el hecho y la representación”[1].

Así mismo, hay que tomar en cuenta que la corrupción de manera inherente es una categoría cultural que cambia de un lugar a otro y de un tiempo a otro (relativismo cultural), es decir, es un concepto que necesita recuperar su historicidad, ya que depende de su contexto concreto sobre el que se construye; por ejemplo, lo que en la época colonial era considerado corrupto ahora no lo es y viceversa, así mismo, lo que en un país es corrupción en otro puede no serlo, etc.

El concepto de habitus de Pierre Bourdieu nos puede ser útil “entendido como disposiciones inconscientes para la acción o bien como esquemas básicos de percepción, de pensamiento, o sentido práctico generados por estructuras objetivas. El habitus nace de las prácticas producidas en determinados campos o redes de relaciones entre agentes e instituciones; es estructurante, nace de las prácticas, organizadas en estructuras, y las origina”[2], el uso de este concepto nos ayudará a explicar los casos en que las prácticas corruptas están tan interiorizadas o son tan comunes que ya no se perciben como tales.

Existen diversos criterios usados para definir la corrupción, Cazzola nos divide los tipos de criterios en tres: legalidad, interés público (bien común) y opinión pública.

Las definiciones basadas sobre el criterio de opinión pública nos dicen que corrupción es “todo aquello que pueda ser considerado como tal por parte de la opinión pública; un acto es corrupto sólo si la sociedad lo condena en cuanto tal y si quien lo cumple tiene sentimientos de culpa al hacerlo”[3].

El segundo criterio es el que se basa en el interés común nos presenta la siguiente definición: “Un sistema de orden público y cívico exalta el interés común poniéndolo por encima de los intereses particulares; transgredir el interés común por los intereses particulares es corrupción”[4].

Por último veremos el criterio basado en la legalidad: “un comportamiento es corrupto cuando viola un estándar formal o una regla de comportamiento predispuestos por un sistema político para los funcionarios públicos”[5].

Los tres criterios de definición nos presentan distintas insuficiencias, el primero, como ya habíamos visto, confunde imagen y realidad, pero cumple con uno de los requisitos de nuestra definición de cultura “la construcción social de la realidad” o “telaraña de significados”; el segundo, tiene serias deficiencias, por ejemplo, que el investigador antes tendría que definir qué es el interés común, tarea nada fácil, para después clasificar los actos que pudieran considerase como corruptos; el tercer criterio pierde de vista que nos todos los actos de corrupción son ilegales, pero nos puede ayudar de marco para clasificar un gran número de casos de corrupción.

Para sortear las insuficiencias del relativismo y no quedar en el mero plano subjetivo, necesitamos de una definición que pudiéramos denominarla como “corrupción en sí”, para tal objetivo nos valdremos de Claudio Lomnitz, quien ha abordado el tema desde una perspectiva cultural: “Como categoría cultural, la corrupción incluye a todas aquellas prácticas que aprovechan las contradicciones o ambigüedades del sistema normativo para el lucro personal”[6] esta definición debe ser tomar en cuenta la dimensión histórica del tiempo-espacio que se analiza, además se debe tener precaución de confundir delito con corrupción .

Antes de proseguir con la búsqueda de cómo reconstruir una cultura de la corrupción, cabe analizar los serios problemas a los que nos enfrentamos al tratar de recolectar datos “duros” o institucionales de lo que denominamos una corrupción en sí:

…son, en efecto, por lo menos cuatro los momentos-umbral-selección: el delito es cometido y es o no es descubierto; es o no es denunciado al poder judicial; da o no da vida a un proceso penal; es o no es recuperado por la prensa.[7]

Si el delito es descubierto es ya, por sí mismo, un gran filtro debido a que es un hecho que tiende a ocultarse. El segundo proceso de selección, si el delito cometido es denunciado o no, es un gran filtro ya que depende de dos aspectos: primero, la voluntad del ciudadano a exponerse a una relación con el Estado; segundo, si el ciudadano considera o no delito el hecho descubierto. Para que el hecho denunciado de vida a un proceso penal cuando el acto es cometido por un funcionario público depende del grado de independencia –o subordinación- del poder judicial a la clase política. Si el hecho se convierte en noticia depende de que pueda ser de interés para la audiencia y de que convenga para la estrategia política del medio informativo.

Una vez que hemos observado las grandes dificultades de la recolección empírica de datos “duros” sobre corrupción descartaremos esta vía como medio para generalizar o hablar sobre una cultura de la corrupción, mejor, proseguiremos por operacionalizar una serie de actos que consideraremos como “corruptos en sí” y, después, se debe proceder a contrastar las opiniones que se tienen sobre tales actos. Una vez realizadas ambas tareas y su síntesis, tendremos la reconstrucción de la cultura de la corrupción en determinado tiempo y espacio.

De aquí podemos derivar nuestras hipótesis: primero, que existen diversas prácticas corruptas que no son percibidas como tales y se llegan a convertir en un habitus corrupto y, segundo, que la significación social sobre la corrupción (cultura de la corrupción) propicia o frena acciones corruptas.

Solo con fines didácticos y sin la intención de dar respuestas a priori, presentare dos ejemplos fenomenológicos de cómo reconstruir, en un tiempo y espacio determinado, la cultura de la corrupción:

Ü Los usuarios del Seguro Social que tienen familiares fungiendo como médicos o como personal administrativo de alto nivel acuden a ellos para que se les de preferencia en el tiempo de espera, distribución de medicamentos e incluso trato, esa es la corrupción en sí, y tales actos se perciben como normales, es decir, el que lo comete no sólo no lo ve como un acto corrupto sino, hasta en ocasiones, como un “deber moral” que su familiar o amigo cercano tiene para con él.

Ü Un caso diferente es el uso discrecional de las concesiones de taxis en el estado de Aguascalientes, donde el gobernador usa a éstas para pagar favores políticos (según información de 3 choferes de taxi), violando una norma institucionalizada, en este caso la percepción de tal hecho es de indignación y enojo por parte de los informantes.

Estos ejemplos de corrupción nos muestran dos tipos distintos de percepción sobre el hecho por parte de los sujetos: en el primer caso se percibe al acto corrupto como un deber; en cambio, en el segundo caso la percepción es de indignación, reprobación y enojo. Esto nos demuestra la dificultad a la que nos enfrentamos al tratar de generalizar lo que pudiéramos llamar cultura de la corrupción.

El problema que representa el obtener datos fehacientes de lo que denominamos corrupción en sí, lo podemos atenuar al fundamentarlos fenomenológicamente, también en base al rumor que, según Lomnitz, es un elemento neurálgico en la formación de la cultura popular:

…la opinión colectiva se forma en aquella clase de contexto que Irving Goffman llamó backstage: en la cocina, en el lavadero, al agacharse para sembrar o cortar cultivos, en el mercado, o entre dientes en el anonimato de la masa.

[…] Donde sea que las relaciones de poder impidan la discusión abierta, allí emergen formas de comunicación alternativas y predomina el rumor. En México la esfera pública nacional no ha logrado una base amplia de respeto y credibilidad porque demasiadas voces quedan excluidas de ella. Debido a esto, la gran mayoría prefiere siempre una fuente de información personal (“chismes”) a una fuente de información oficial.[8]

Para un tema incomodo para el positivismo como es éste, el rumor, elemento despreciado por dicha corriente, se vuelve un componente importante para el estudio de la cultura de la corrupción.

Así, después de haber presentado un marco teórico para el estudio empírico de la cultura de la corrupción y de exponer ejemplos sobre su empleo y de sugerir fuentes para su reconstrucción, proseguiremos con el estudio sobre la cultura de la corrupción en México.

II. Un breve recuento histórico sobre la cultura de la corrupción en México

Como se mencionó en el capítulo anterior la corrupción debe ser considerada respecto a su historicidad, ya que es un fenómeno cultural que existe inserto en “contextos y proceso históricamente específicos, estructurados socialmente, dentro de los cuales y por medio de los cuales se producen, transmiten y reciben tales formas simbólicas”[9]. El ejemplo más claro es la comparación de lo que se consideraba corrupto en la época colonial con lo que actualmente conocemos como corrupción.

1. Época colonial: corrupción de las costumbres

La noción moderna de corrupción, que involucra la división entre lo público y lo privado, estaba ausente en el periodo colonial: “Así lo atestigua la consulta del primer diccionario en lengua castellana […] Llama la atención de que el sustantivo “corrupción” no existe, en cambio aparece el verbo “corromper”. El sentido general es ilustrado por ejemplos que remiten todos a la noción de vicio, estrago, perversión, falsificación y podredumbre.”[10]

Si tratáramos de encontrar una cultura de la corrupción para esta época habríamos que remitirnos a la corrupción de las costumbres, de la ética o la moral que conforme al cristianismo era reprobable. Más bien habrá que centrar nuestra atención en las prácticas que la modernidad conoce como corruptas y entenderlas como antecedentes de la corrupción contemporánea.

Los curas y hombres de Estado promovían castigos y vías para reformar a los indígenas, esto por la creencia de que el Diablo había corrompido la verdadera fe. Así, la encomienda la podemos entender como una institución basada en la tutela moral de un español a cambio del tributo y trabajo indio. Las concesiones realizadas a distintas órdenes religiosas son otro ejemplo de ello. Es decir se veía al indio como corrompido y por ello la Iglesia y el Estado tenían que buscar las formas de reformarlo.

Además, la separación, moderna, entre lo público y lo privado no existía: Una práctica realizada por la Corona era vender los puestos públicos a quienes pudieran costearlos y era lícito usar tales puestos para beneficios privados. Fue hasta mediados del siglo XVIII, con las reformas borbónicas, cuando la idea de bien público estaba atada a la administración pública. Así mismo, se atribuía a la Iglesia la idea de que sus prácticas eran una forma de corrupción para mantener ignorante a la gente y así enriquecer a las órdenes regulares. Estos cambios en el ámbito jurídico y de la filosofía política no significan que en la vida cotidiana se hayan truncado las prácticas existentes.

2. Siglo XIX: corrupción y consolidación del estado

El siglo XIX mexicano que inició con la guerra de Independencia y que se desarrolló tratando de consolidar al Estado, también estuvo marcado por la proliferación del fenómeno de la corrupción. La representación política y la ocupación de cargos burocráticos se basaron en relaciones de parentesco, amistad y compadrazgo, generalmente, para defender los intereses particulares y de grupo más que al interés general o del Estado.

En el siglo XIX mexicano las corruptelas alcanzaban por igual a los políticos, comerciantes, militares, caciques, clérigos, etcétera, y todos los que tenían los medios para influir en las decisiones políticas y las instituciones del Estado para obtener beneficios y resoluciones favorables.[11]

Hernández López nos dice que a causa de la tardía consolidación del Estado las prácticas tradicionales persistieron ya que tenían gran capacidad para organizar la vida cotidiana del país, incluso, afirma que las prácticas corruptas fueron una pieza clave para mantener y hacer funcionar el orden político. Esto es, la corrupción servía como un lubricante de la maquinaria del Estado, servía “para salvar la brecha entre el orden legal y el orden práctico vigente socialmente”[12]

Culturalmente, la corrupción era vista como un medio para colmar las aspiraciones de progreso material, demás, la corrupción se basaba en una moral que aceptaba el uso de cargos e instituciones públicas para recibir beneficios privados ya que no imaginaba otra posibilidad. De tal manera la “cultura de la corrupción” como tal comienza en el siglo XIX pero basado en prácticas heredadas del periodo colonial; por un lado se instituyó como un elemento estructural y se generalizó la aceptación de la corrupción al no visualizar otras alternativas.

3. Siglo XX: corrupción y corporativismo

La Revolución Mexicana abanderaba la consigna de “regeneración”, regeneración a un orden político corrupto; sin embargo, el estado emanado de de tal revolución hizo de la corrupción un elemento operativo de la política en el país:

…algunas de las funciones operativas que la corrupción ha cumplido en el interior del régimen político mexicano han sido: a) un mecanismo de circulación de los distintos puestos y burocracias cada seis años, pues siempre ha seguido en este punto una lógica estrictamente sexenal; b) un mecanismo de compensación de los bajos salarios, sobre todo en los niveles menos especializados del vértice estatal (empleados de ventanillas); c) un mecanismo de cohesión de algunos sectores en el interior de los altos puestos públicos (la llamada “familia revolucionaria”), ya que permitía un equilibrio discrecional para desarrollar las políticas en una determinada orientación. Obviamente, esta dirección estaba señalada por los intereses y las expectativas generadas en el Partido Revolucionario Institucional (PRI) de lo que se podría obtener en términos de beneficios económicos de la administración pública; d) un impuesto sobre los pobres…[13]

La corrupción se convirtió en una cláusula implícita, es decir, que existía la posibilidad de obtener diversos tipos de beneficios a través de mecanismos informales e indirecto, también servía como estructura de incentivos y como catalizadora de conflictos al interior de la clase dirigente.

Otro elemento directamente relacionado con la corrupción fue, y continúa siendo, el tráfico de drogas, no es que el narcotráfico haya corrompido las estructuras estatales sino que “existían relaciones de cooperación, de complementariedad, que conforman las condiciones estructurales de posibilidad sin las cuales el tráfico de drogas no resulta ser, por lo menos en México, un negocio exitoso”[14].

No obstante, en la década de 1980, la corrupción se convirtió en un fuerte obstáculo para el desarrollo, por lo que una de las primeras acciones del presidente Miguel de la Madrid fue la promoción de una “renovación moral” que no era otra cosa que la primera cruzada nacional anticorrupción. Sus resultados fueron el paso de una corrupción generalizada a una selectiva que se mantenía en base a dinámicas más refinadas y excluyentes.

Como hemos visto la corrupción en el siglo XX fungió nuevamente como pieza clave del sistema político, más concretamente con la maquinaria estatal priista y culturalmente era vista como una norma implícita de los cargos públicos.

CONCLUSIONES

1. Para entender el fenómeno de la corrupción en todas sus dimensiones es necesario reconstruir, desde su historicidad, las estructuras que lo enmarcan, las subjetividades que lo guían y los actos y prácticas que lo conforman.

2. Para entender la cultura de la corrupción es necesario tomar en cuenta tanto sus elementos materiales como los no materiales o subjetivos. La importancia de estudiar lo que comúnmente se denomina “cultura de la corrupción” es, precisamente, retomar el momento subjetivo del fenómeno.

3. Las prácticas corruptas en México, esto es, “todas aquellas prácticas que aprovechan las contradicciones o ambigüedades del sistema normativo para el lucro personal”[15] tienen sus antecedentes en el periodo colonial -a pesar de que entonces no eran consideradas como tales-, ellas perduraron a pesar de las reformas borbónicas, la Independencia, la consolidación del Estado, la Revolución Mexicana, el régimen priista, la transición democrática y el gobierno de Fox. Evidentemente, cada una de estas etapas con sus rasgos y actores particulares.

4. Aunque generalmente se asocie la idea de corrupción como contraria al bien común –tal vez sí lo sea-, ella ha sido un elemento clave para la formación, el mantenimiento y la estabilidad del sistema político mexicano.

5. Desde que se intentó instaurar un Estado moderno en nuestro país, el elemento subjetivo, o no material, de la cultura de la corrupción ha mostrado dos caras: de resignación y pragmatismo por parte de la ciudadanía, y de “incentivo” y “lubricante” para la clase dirigente.

BIBLIOGRAFÍA

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Ü Covarrubias, Israel, “México en el siglo XX: la ilegalidad como principio de convivencia”, Metapolítica en http://www.metapolitica.com.mx/index.php?method=display_articulo&idarticulo=24&idpublicacion=1&idnumero=6&expand=1 (11/12/2006 17:29).

Ü Crespo, José Antonio, “México en el siglo XXI: corrupción y rendición de cuentas”, Metapolítica en http://www.metapolitica.com.mx/index.php?method=display_articulo&idarticulo=23&idpublicacion=1&idnumero=6 (11/12/2006 17:30).

Ü De la Garza, Enrique, “¿Hacia dónde va la teoría social?, Tratado latinoamericano de Sociología, Anthropos-UAM I, España, 2006, pp. 19-38.

Ü Hernández López, Conrado, “México en el siglo XIX: la inmoralidad como regla”, Metapolítica en http://www.metapolitica.com.mx/index.php?method=display_articulo&idarticulo=25&idpublicacion=1&idnumero=6&expand=1 (11/12/2006 17:26).

Ü Lomnitz, Claudio (Coord.), Vicios públicos, virtudes privadas: la corrupción en México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, México, 2000.

Ü Naveja, Juan María, “La corrupción, una cultura para el atraso”, domingo 21 de agosto de 2005 en http://www.cronica.com.mx/nota.php?id_nota=198058 (04/12/2006 10:49).

Ü Morris, Stephen, Corrupción política en el México contemporáneo, Siglo XXI, México, 1992.

Ü Prado, Mario Olivera, “Hacia una sociología de la corrupción” en http://www.revistaprobidad.info/016/002.html (04/12/2006 10:49).

Ü Salles, Vania, “La sociología de la cultura” en De la Garza, Enrique (coord.), Tratado latinoamericano de Sociología, Anthropos-UAM I, España, 2006, pp. 63-74.



Correo Electrónico: sweko_tool@hotmail.com

Nota. Esta ponencia fue presentada en el último congreso de la RNES en la UANL, en la mesa de trabajo sobre cultura.


[1] Cazzola, Franco, “Conceptualizando la corrupción”, Metapolítica en http://www.metapolitica.com.mx/index.php?method=display_articulo&idarticulo=19&idpublicacion=1&idnumero=6&expand=1 (11/29/2006 3:00 PM).

[2] De la Garza, Enrique, “¿Hacia dónde va la teoría social?, Tratado latinoamericano de Sociología, Anthropos-UAM I, España, 2006, p. 23.

[3] Cazzola, Franco, op. cit.

[4] A. Rowow y H. Laswell cit. pos. Cazzola, Franco, op. cit.

[5] Cazzola, Franco, op. cit.

[6] Lomnitz, Claudio, “Introducción”, Vicios públicos, virtudes privadas: la corrupción en México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, México, 2000, p. 15.

[7] Cazzola, Franco, op. cit.

[8] Lomnitz, Claudio, “Ritual, rumor y corrupción”, op. cit., p. 265.

[9] Salles, Vania, “La sociología de la cultura” en De la Garza, Enrique et al., op. cit., p. 66.

[10] Alberro, Solange, “Control de la Iglesia y transgresiones eclesiásticas durante el periodo colonial” en Lomnitz, Claudio et al., op. cit., p. 35.

[11] Hernández López, Conrado, “México en el siglo XIX: la inmoralidad como regla”, Metapolítica en http://www.metapolitica.com.mx/index.php?method=display_articulo&idarticulo=25&idpublicacion=1&idnumero=6&expand=1 (11/12/2006 17:26).

[12] Ídem.

[13] Covarrubias, Israel, “México en el siglo XX: la ilegalidad como principio de convivencia”, Metapolítica en http://www.metapolitica.com.mx/index.php?method=display_articulo&idarticulo=24&idpublicacion=1&idnumero=6&expand=1 (11/12/2006 17:29).

[14] Astorga, Luis, “Traficantes de drogas, políticos y policías en el siglo XX mexicano”, en Lomnitz, Claudio et al., op. cit., p. 193.

[15] Vid supra.

jueves, 19 de julio de 2007

ARTÍCULO sobre la Eutanasia por Sara Luz Enríquez


El Derecho a la Eutanasia

Por Sara Luz Enríquez Uscanga

Egresada de Sociología, UV

La Biopolítica se da como una respuesta al Biopoder. El valor de la Biopolítica es la libertad, del Biopoder, la vida; esos diferentes valores no necesariamente se incluyen y aceptan mutuamente; existen entonces dos posturas fundamentales en pugna al establecerse los intereses que los regulan. La Biopolítica promulga la modificación de tradiciones culturales completas, el cambio de hábitos profundamente arraigados que adquieren la fuerza de una resistencia pasiva ante la implantación de nuevos derechos humanos. Para la política moderna tradicional (Biopoder) sólo es político lo público y muy pocas veces se acerca a la esfera privada; mientras que para los militantes de la Biopolítica todo es política, fusionando con ello la esfera privada con la pública. También el campo de la política tradicional (Biopoder) tiene desarrollado el sentido de las instituciones (Familia, Estado, Educación, etc.) mientras que el punto de partida de la Biopolítica es la vida cotidiana y su principal elemento es la desnaturalización de fenómenos como el patriarcado, la equiparación de los sexos, pautas cambiantes de los papeles sexuales, la violencia intrafamiliar, los derechos de los niños, desde dentro de la familia. La política tradicional argumenta que emancipando al cuerpo de los factores biológicos se establece el signo del progreso en la modernidad; para la Biopolítica con eso no basta, es necesario emancipar al Cuerpo de la universalidad que rigidiza y estandariza sus acciones para que la libertad sea real y concreta.

La Biopolítica se niega a obedecer al Biopoder poniendo la libertad por encima de la vida misma. El derecho a decidir la muerte es defendido por la Biopolítica y atacado ferozmente por el Biopoder. La Iglesia y los conservadores desde la postura del Biopoder atacan y condenan la decisión de ejercer plenamente la libertad porque se está contra el principio de la vida, sin respetar el hecho de que cada quien es libre de hacer con su vida y su muerte lo que quiera con la presunta idea de no ser castigada o censurada moralmente por ejercer el derecho legítimo de ser dueños de sus cuerpos. El hecho de que muchas personas no aceptan la eutanasia es comprensible y están en su legítimo derecho de expresarlo y llevarlo a la práctica, a fin de cuentas están ejerciendo su libertad; así como los que pugnan a favor de la eutanasia, están en libertad de expresar que la muerte es sólo suya y que pueden hacer con ella lo que quieran.