martes, 27 de marzo de 2007

ENSAYO sobre la cotidianeidad

CAOS Y AZAR EN EL GRAN UNIVERSO
DE MI MICROSCÓPICA VIDA COTIDIANA


Por. Sara Luz Enriquez Uscanga
Alumna de Sociología SEA UV

En el destello de un pensamiento
hay una oportunidad para
que nazca un nuevo mundo




A las 5:37 de la tarde del 28 de diciembre del 1999, la muerte tocó a mi puerta; sólo para decirme que era día de los santos inocentes y que me había dejado engañar. Nunca he tenido el temple para soportar bromas pesadas pero siempre he buscado la manera de contener mi ira cuando cosas que se me escapan de las manos, me rebasan. Aquella vez no fue ira lo que me invadió, sino el miedo. Mi mundo, con todas sus historias, se me vino encima y lo que hasta eso momento parecía que guardaba un orden y un cauce, con la sola idea de la muerte, se convirtió en caos.

Han pasado casi 6 años de ese evento y ahora lo miro lejano, pero con la certeza de haberme convertido en otra a partir de esa revelación. No se quien sea el autor del libro que se ha perdido en mi memoria y del que solo recuerdo la frase: “es en el momento en que la muerte nos toca cuando empezamos a pensar”, pero tengo que aceptar que en mi caso, la frase encuentra un acomodo extraordinario; yo no sabía lo que era pensar, pensarme, hasta que la muerte posó su mano en mi hombro sólo para guiñarme el ojo.

No sé en qué momento salí del caos, pero ahora que lo pienso, salí de él como se sale de un mal sueño: abriendo bien los ojos. Sé que dentro del caos viví desesperada y angustiada, deprimida, alterada por mis pensamientos desordenados, sin pies ni cabeza, atemorizada por la idea de que esta vez la muerte no se apiadaría de mí y no sólo me tocaría el hombro, sino que esta vez, me abrazaría. Me parecía horrible la idea de saber que toda mi vida podría quedarse así, en caos permanente. Busque todas las salidas posibles de ese laberinto caótico en el que me encontraba. Hasta que cayó en mis manos un libro que dio en el clavo. Sus 473 páginas me supieron a gloria. Ese libro explicaba de manera muy sencilla, cómo es que el caos, el desorden o la entropía forman parte importante del “orden” de las cosas y cómo es que los seres humanos vivimos atados a un paradigma, donde el orden es lo único importante. Este libro me enseñó, paso a paso, cómo soltar el control de los sucesos - que a fin de cuentas el control es un espejismo pues es imposible controlar nada -, y dejarme llevar por el cauce natural de la historia sin oponer resistencia. Este libro me enseñó a “derrotar” la entropía, entendiendo que la ruptura del orden es inherente a la constitución física del universo; que a partir de esa ruptura del orden surge la evolución (o el crecimiento) de estructuras más complejas. Reflexionando, más que derrotar la entropía derroté el paradigma de un orden rígido con el que viví durante muchos años. Tuve que entender que la creación y la destrucción coexisten; que sin la destrucción, la vida no podría existir, y que en realidad, la entropía está de parte de la vida; pero lo que más me impresionó y me ayudó a despertar fue que, ese núcleo de caos en el que me encontraba, se estaba desarrollando dentro de un marco estable; ¡Creación y destrucción coexistiendo! No estaba equivocado el autor al decir que el mundo puede cambiar simplemente cambiando la percepción que tenemos de él. Si en nuestro cerebro continúan entrando percepciones nuevas, es posible responder de nuevas maneras; una cosa que podemos poseer sin límite en este mundo es nuestra interpretación de él. ¡Híjole, este libro estaba afectando mis creencias! Pero era eso o seguir en el caos. Y mientras las páginas pasaban pude dormir mejor.

Me di la oportunidad de ver cine, mucho cine. Leer, salir al café, hacer ejercicio, dejé el cigarro; empecé a hacer cosas que nunca hacía, hablar con la gente que nunca hablaba; de todo lo que decía el libro, sólo una cosa faltaba: ¿dónde estaba ese golpe de suerte llamado azar que de una vez por todas me sacaría de este caos?

Sabía que fluía en aguas caóticas y turbulentas, pero ya sin miedo, y con la plena convicción que existe un “algo” que intervendría para llevarme felizmente a aguas más templadas, pero nunca de vuelta a donde antes me encontraba. ¿Dónde estaba ese algo con cualidad de mágico llamado azar? Todos los días hacía mi tarea de mantener la conciencia abierta para experimentar la realidad en todo su impacto, su belleza, su verdad, su maravilla; tengo que aceptar que aunque ese golpe mágico del azar no llegaba y me encontraba a la deriva, me la estaba pasando bastante bien.

Alguna vez tuve la intención de escribir desde el caos esa experiencia; mi escrito empezaba con la frase “Estar muerto no es tan malo, es como si flotaras”. Y sí. Cuando se está en el caos, se flota, se está en el limbo como dicen los teólogos, se flota en una materia informe llamada nada. ¿Dónde estaba esa fuerza contraria que impulsa la evolución, creando vida y frenando la amenaza de la entropía?

En mis tardes de cine, mientras el caos reinaba en mi vida, podía percatarme de ese momento azaroso que llegaba en el momento más caótico del film; los personajes tomaban un camino diferente o tenían fuertes decisiones que los ponía en otra situación, se hacía otros. Cambiaban.

9 ½ semanas; Infidelidad; Lolita; En Carne Viva; La Mujer Prohibida; Dogville; Forrest Gump; Caracter; Frankie and Johnny; El Festín de Babette; Contacto; Fiebre de Sábado por la Noche; Sentencia Previa; Tiburón; Acusados; Fama; Los Puentes de Madison; Adiós a las Vegas; Henry and June; Grandes Esperanzas; El Piano; Dunas; La Playa; Diamantes para el Desayuno; y muchas otras películas que desfilaron ante mis ojos contenían ese elemento que provocaba, en los personajes principales, cambios irreversibles. Vi cine hasta que mis ojos se saturaron de imágenes.

La lectura fue mi siguiente víctima.
Devoré una cantidad incontable de palabras; sentimientos; formas de ver el mundo; de abordarlo; de construirlo; de asumirlo; de aceptarlo; de transformarlo. Verdaderos malabaristas de la palabra escrita fueron mi bálsamo; lazarillos perfectos en esta mi ceguera existencial. Los recuerdo con amor, con agradecimiento, porque me orientaron, me tranquilizaron; porque ellos también supieron lo que es perderse y no encontrarse, pero sobre todo, porque supieron ser felices -y hacerme feliz- en medio de tanto caos. Jorge Luis Borges, Ikram Antaki, Ibargüengoitia, Cortázar, Stendhal, García Lorca, Carlos Castaneda, Hugo Hiriart, Francisco González Crussi, Henry Miller, Anaís Nin, André Bretón, Román Gubert, Marshall Berman, Federico Reyes Heroles, Huxley, Georges Bataille, Alberto Ruy Sánchez, Milán Kundera, Tita Valencia, Juan Domingo Argüelles, Susan Sontag, Gabriel García Márquez, Dostoyevski, Rosario Castellanos, Carlos Fuentes, Jean Paul Sartré, Artur Schopenhauer, Lawrence Durrell, Sergio Pitol, Fernando Savater, Lewis Carrol, Cioran, Nietzsche, Simone de Beauvoir, Juan Rulfo, Sigmund Freud, George Orwell, Roland Barthes, Thomas Mann, Mircea Eliade, D.H. Lawrence, Oscar Wilde, Elena Poniatowska, Andrés de Luna, Marguerite Duras, Marguerite Yourcenar, Ernesto Sabato, Carson McCullers, Erich Fromm, Carlos Monsivais, Marqués de Sade, Zygmunt Bauman, Denisse de Rougemont, Balzac.

En medio de tantas historias, de tantas pláticas, de tanto reflexionar, de tanta información libresca, se me presentó la Poesía y, con ella, los artífices de nuevos mundos: Rafael Alberti, Neftalí Beltrán, Xavier Villaurrutia, Marco Antonio Campos, Constantino Cavafis, Francisco Hernández, Ramón López Velarde, Fernando Pessoa, José Emilio Pacheco, Alí Chumacero, Jaime Sabines, Mario Benedetti, Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Catulo, Coral Bracho, Baudelaire, Jorge Cuesta, Vicente Quitarte, Carlos Pellicer, Octavio Paz, Paul Valéry, Rainer María Rilke, Walt Witman, Francisco de Quevedo, Sor Juana Inés de la Cruz, Efraín Huerta, José Gorostiza.

El mundo, mi mundo, empezaba a tener sentido, dirección, “orden”. Me encontraba en un espacio cómodo, confortable, en el que me sentía fluir con libertad, sin miedo; la poesía llenó mi vida y mis anaqueles. “Sentada en el regazo de la vida, mi alma ronronea” –escribí alguna vez, cuando pretendí ser poeta. Y en esas estaba cuando descubrí que la poesía erótica oriental es capaz de encerrar el infinito en tres renglones, que el erotismo va mas allá de todas las explicaciones, estudios, análisis y definiciones. Que para disfrutar del Eros es necesario abandonarse al Tánatos. Otra vez Vida y Muerte, otra vez el principio de “¡Creación y Destrucción coexistiendo!”, ¿Cómo es que algo tan hermoso como la Poesía puede contener ese principio?, ¡¡¡¿Por qué?!!! Y me puse a buscar y leer todos los estudios de erotismo que encontré. Hasta que un buen día, cayó en mis manos un libro sobre Erotismo que me pareció revelador. Página a página, de una manera sencilla, me explicó los procesos, las similitudes y las diferencias, las coincidencias y las convergencias, las aristas y suavidades del fenómeno erótico.
¡Que manera de escribir! - pensaba sobre el autor.
¿Qué se tiene que ser para escribir de esta manera y con tanta sencillez y claridad? El autor del libro “El Erotismo” se llama Francesco Alberoni, de profesión Sociólogo.
¿Esto hace un Sociólogo? – me pregunté impresionada.
Yo quiero escribir así. Yo quiero ser Socióloga.
Hasta ese entonces jamás había pasado por mi cabeza la idea de ser socióloga, pero como bien dice el epígrafe de mi ensayo: “En el destello de un pensamiento hay una oportunidad para que nazca un nuevo mundo”. De todas las posibilidades de ser o hacer que generosamente me ofrecía el caos, surgió ese “algo con cualidad de mágico” que me transformó la vida sin moverme de lugar. A final de cuentas, nunca nos metemos dos veces al mismo río.

No sé si estoy aquí por azar, sólo sé que salí del caos y que soy otra, irreversiblemente.


26 de julio del 2006

martes, 20 de marzo de 2007

CRÓNICA de viaje a Holanda



Holanda: Laboratorio Social

Por Nancy Ortiz
Alumna de Sociología SEA UV
El laboratorio
Holanda es un país curioso para el resto del mundo, cuando queremos hablar de un país desarrollado o raro siempre lo tomamos de ejemplo. Nos sorprende que los gay puedan casarse, que la eutanasia esté permitida, que sus gobernantes vayan en bicicleta al trabajo y sobre todo que la marihuana sea “legal”. Un buen amigo holandés dice “no es que Holanda sea muy civilizada, simplemente no nos interesa que hace el otro y por eso casi todo es permitido”. El sociólogo catalán Manuel Castells dice que en el mundo se esta viviendo un proceso de ensimismamiento y que eso ocasiona indiferencia incluso para la confrontación, en tal sentido él lo encuentra peligroso pues opina que eso detiene la evolución de las sociedades. Algo similar podría estar ocurriendo en Holanda, donde uno de los principales problemas que encuentra el gobierno es que la gente no se saluda, leyeron bien, la gente no se saluda y el gobierno lo considera un problema nacional. Otro “problema” es la falta de cortesía en las salas de chat por Internet, tan grave lo consideran, que el gobierno mandó a instalar anuncios publicitarios en los paraderos de camión donde le pide a los holandeses que se comporten amablemente cuando están navegando por la Internet. Ya quisiera México ese tipo de problemas.

Papá Gobierno

El gobierno Holandés parece ser un buen ejemplo de lo que algunos consideran un gobierno populista, una de las tantas medidas es sobre la vivienda. Si no tienes casa el ayuntamiento de tu ciudad te proporciona un departamento; los holandeses se quejan un poco de que las casas no son muy bonitas, pues se parecen un poco a los departamentos de interés social que hay en México, con la diferencia que en Holanda son mucho más bonitos, más grandes, mejor hechos y mejor ubicados. También existe un seguro de desempleo que se encarga de mantenerte hasta que logres encontrar trabajo, muchos holandeses viven de esas prestaciones toda su vida.

Otra de las características del gobierno holandés, es la eficiencia que hay en sus oficinas y dependencias de gobierno, los trámites son muy rápidos y atienden en menos de 10 minutos. Los holandeses están tan acostumbrados a que el gobierno resuelva sus problemas que si un día de verano se le ocurre ser demasiado caluroso, los holandeses hablan a las dependencias de gobierno para pedir que hagan algo al respecto, pero lo más curioso es que seguramente el gobierno holandés considera esas demandas con seriedad.


País de caricatura
Holanda parece ser una permanente postal, un país de caricatura, con sus casitas de techos puntiagudos, sus gatos gordos y peludos, manzanas colgando de los árboles, sus caminitos para las bicicletas, sus calles limpias, sus enormes abejorros de colores brillantes, en fin, todo en perfecto orden. Un orden tan perfecto que puede ser agobiante. Para los latinos puede ser tan exótico que hasta asusta. 
      La bicicleta es el transporte predilecto de los holandeses, hay carriles especiales para ellas, con señalamientos especiales, tal vez sobre decir que la bicicleta tiene preferencias sobre el automóvil al momento de conducir y los peatones tienen preferencia ante las bicicletas.
      Las ciudades en Holanda son muy cercanas entre sí. 15 minutos en tren y nos encontramos en otra ciudad con características y personalidad diferente.
Hay una pequeña pero bella ciudad de pescadores llamada Volendam, donde es popular comer arenque (pescado) crudo acompañado con cebolla, oliva o algún tipo de aderezo, para ser honesta, quién escribe no encontró este platillo muy exquisito que digamos, sin embargo parece ser muy popular entre ellos.

Ámsterdam
La ciudad más popular, poblada y grande de Holanda. Es una ciudad muy moderna y cosmopolita, el idioma menos escuchado es el neerlandés.

La ciudad se caracteriza por sus canales, donde hay pequeñas embarcaciones acondicionadas como casas. Y otras embarcaciones destinadas al paseo de los turistas. A los suburbios la ciudad se torna ultramoderna, los edificios se caracterizan por la rareza de sus diseños, para los holandeses el diseño y el arte son importantes, entre más raro sea algo, más “artístico” lo encuentran.
La ciudad tiene museos famosos como el de Vincent Van Gogh y Rembrandt, donde se muestran obras de los famosos pintores. Hay uno que no es tan bonito y culto como los anteriores, pero es entretenido y divertido para los turistas, es el Museum of sex, donde se muestran cosas relacionadas con el sexo a lo largo de la historia, ahí uno descubre o corrobora que los más locos para el sexo son los orientales.
Otra de las características de la ciudad son los coffee shops, donde la principal mercancía que venden es la canabbis en un sin fin de presentaciones y variaciones. Tal vez por esa razón el centro de la ciudad huele constantemente a mota, ya que es permitido consumirla incluso en la calle.
Una atracción más es la zona roja, es el sitio más visitado en Ámsterdam, hay gente de todo el mundo, algunos transeúntes llevan atuendos raros, otros simplemente prefieren andar en trajes de baño, sin pantalones o sombreros locos. Las prostitutas se exhiben en lujosas vitrinas, ellas se encuentran caracterizadas, disfrazadas o en diminuta lencería, las hay de todos los colores, tamaños y formas. En la zona hay centros nocturnos donde se presentan diversos shows incluso sexo en vivo. Ámsterdam es un sitio visitado por grupos de jóvenes de todo el mundo, pues es un lugar relacionado con mucha droga y sexo.
En Ámsterdam hay muchos centros nocturnos, con gran variedad de conceptos, los hay para intelectuales donde se escucha mezcla de jazz con música electrónica. Están las discotecas donde no puede faltar la clásica Lambada, que es considerada una canción especial para el verano, hay centros latinos, donde se juntan algunos holandeses con colombianos, dominicanos, cubanos, puertorriqueños, mexicanos, africanos, etc. Hay una gran variedad de culturas, muchos están de paseo, otros radican allá y otro tanto son inmigrantes ilegales.
Los holandeses caucásicos, ¡Pobres!, no tienen nada de ritmo, inventaron un bailecito hace algunos años que es una especie de zapateado pero sin ritmo, a los latinos nos cuesta mucho trabajo bailarlo, pues hay que quitarle el ritmo para poder bailar como ellos.

Holanda es un país que puede ofrecer mucho, parece que hay de todo, incluido un frío aterrador.
fotos: Nancy Ortiz
FOTOS: Nancy Ortiz

martes, 13 de marzo de 2007

ENSAYO sobre Albert Camus

El Extraño

Ignacio García
académico de la Universidad Veracruzana


Dedicado a quien sabe que el Destino ha ya
abandonado al hombre, por el amor de una mujer



Cuando uno termina de leer El extraño de Albert Camus --y el espíritu del lector posee una sensibilidad a marca de piel--, no es nada difícil enamorarse del Meursault, el personaje principal de esta novela profunda y señera del escritor argelino. He leído el libro unas cinco o seis veces. Me emparenté (y casi convertí) a Meursault desde la primera vez que lo leí; si bien, no reconocí en su carácter fascinante (y a través de todas las páginas) el porqué se le llamaba así: El extranjero.

Una segunda leída, y la ayuda de lo poco de francés que aprendí en algunas tardes veraniegas, me ayudó a comprender, con amplitud inconmensurable, el sentido existencial de este personaje.

No sé a qué traductor (seguro fue uno de esos que pasan como escritores cuando en realidad son profesores de facilosofía y letras) se le ocurrió traducir L’étranger (título original del libro), y --en vez de leer primero la novela para emitir su juicio de traducción-- le endilgó a este libro el impreciso título de El extranjero, cuando en realidad a lo que Camus alude es a un Extraño; a El extraño. Así, el título, bien calibrado, cambia y cambiará totalmente la visión para quien lea esta obra.

Para saber a qué es Meursault un “extraño”, basta leer las primeras líneas del libro: “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: «Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias.» Pero eso no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer.” (1).

El no conocer, el no ser consciente de la fecha de la muerte de alguien tan cercano, parece mostrar a un Meursault de sentimientos despiadados; un insensible de acuerdo a los parámetros de una sociedad empeñada en encajonar la muerte de un ser querido, como la obligación de sentirse, más que condolido, desamparado y sin consuelo.

Pero Meursault no es nada de eso; si es “extraño” es en la medida de un ser indiferente a una realidad que le resulta absurda e inabordable. Es un alienado, no en el sentido de la insanidad psicológica, sino porque el progreso tecnológico le ha arrancado el placer de la convivencia y decisiones colectivas y le han convertido en un "ajeno" dentro de lo que debería ser su propio entorno, ahora invadido por una moralina burguesa.

Algunos críticos aluden a Meursault como la personificación de la carencia de valores del hombre. Se equivocan quienes tal afirman. Se desgarran las vestiduras (ojalá fueran con pectoral y campanillas) los que afirman que el personaje de Camus es intransigente a los valores de la sociedad porque ha sido degradado por el absurdo de su propio destino. Fallan, también, porque realizan una lectura viciosa: la misma historia burguesa de sus vidas, llenas de confort y controladas, éstas sí por el absurdo cuya marca principal es el consumismo industrial que no sacia para nada sus más fervientes deseos de identidad, no les permite ver más allá de sus convencionalismos sociales ramplones.

La “extrañeza” de Camus va contra esa corriente que considera que uno no es hombre si no se matrimonia, si en vez de la amistad opta por la soledad y el silencio, si reniega de la superación personal estilo Deepak Choppra, si no declara (por lo menos una vez en su vida) que ha sido rehén del american dream, y que, en vez de ello, se interesa por explorar sus propios valores internos –ver si no acaso es ahí dentro, que la superación íntima supera la fama del escaparate.

Para colmo, dos hechos hacen parecer (delante de esa sociedad delatora, murmurante, hipócrita) a Meursault como un monstruo: el velorio de su madre y el asesinato sin razón de un árabe, amigo de un amigo de Meaursault llamado Raymond.

La costumbre de valores añejos exige “reverencia” en los velorios; dos de ellas son: no fumar durante el mismo, y beber (si se desea) sólo café negro. Con éstas y otras reglas sin fundamento, aquella sociedad da el visto bueno y califica si una persona es piadosa o no lo es. Pero Meursault rompe esas dos reglas: fuma y toma café con leche. ¿Cómo puede ser esto así? –-se pregunta la masa de plañideros que asisten al duelo. Más tarde, cuando su abogado le interroga en la cárcel, preguntará a Meursault --por razones “importantes” para el juicio—si él amaba a su madre; él contesta: “Sin duda quería mucho a mamá, pero eso no quiere decir nada”.

¿Y el luto? Extraño al convencionalismo social de que la muerte de alguien pueda atar sus más preciados instintos, para Meursault la pena y el dolor se pasa yendo con una muchacha-amiga al cine a mirar una película de Fernandel (donde obviamente hay que reír); ir al balneario con ella, y frecuentarla con el sólo propósito de no estar solo. Cuando un día Marie Cardona (así se llama la amiga) le pregunta “¿Me amas?”, el contesta que “No”. Pero que si quiere casarse con él, “le da igual”.

Luego, en una acción --que el personaje no sabe cómo sucedió, pues dice: "el sol era muy brillante y he apretado el gatillo”, Meursault es llevado a juicio por un crimen sin base alguna que no sea aquella de que “el sol me deslumbró”. El juicio está lleno de tanto morbo, que le da la razón a él de lo absurdo que puede resultar una moral como la que le rodea y a la que es “extraño”, ajeno.

Porque en el juicio, no hay de otra: el pago de su crimen es la condena a muerte. El jurado lo sabe, la muchedumbre lo sabe, él lo sabe, la prensa lo conoce y divulga. No hay más. No obstante (ya su muerte a la vuelta de la esquina) el público, la chusma, el jurado, se empeñan en conocer no sólo los motivos del asesinato, sino saber de su conducta anterior (beber café con leche y fumar).

El juicio se convierte en la cima de la moral y los valores detestados por Meursault, y no en el hecho capital de que en unos días él estará ya muerto. Si bien ha cometido un crimen, ya la justicia se ha encargado de cobrársela. ¿A qué viene entonces tanto morbo sobre su vida pasada si ésta ya no importa más que en la medida de verlo colgado y la multitud lo despida con aclamaciones de odio?

La “extrañeza” de Meursault, aun en medio de un jurado que lo ha declarado culpable y con destino a la horca, se mide en este párrafo sublime de Camus, en donde el juez (mostrándole un crucifijo) le espeta:

“«Nunca he visto un alma tan endurecida como la suya. Los criminales que han comparecido delante de mí han llorado siempre ante esta imagen del dolor.»

Iba [dice Meursault ] a responder que eso sucedía justamente porque se trataba de criminales. Pero pensé que yo también era criminal. Era una idea a la que no podía acostumbrarme. Entonces el juez se ha levantado como si quisiera indicarme que el interrogatorio había terminado. Se ha limitado a preguntarme, con el mismo aspecto de cansancio, si lamentaba el acto que había yo cometido. Reflexioné y dije que más que pena verdadera sentía cierto aburrimiento. Tuve la impresión de que no me comprendía. Pero aquel día las cosas no fueron más lejos”. (2)

Por otro lado, Meursault se niega a recibir al capellán para confesar “sus culpas”. Él es ajeno a ello también. Para él la felicidad (si es que existe y puede alcanzarse) se halla dentro de uno mismo: la vida carece de sentido si no se le permite a uno estar solo, triste, alegre o extasiado, pero por uno mismo y no por el mecanismo impulsado por una serie de rarezas creadas por una sociedad empeñada en un progreso inservible.

Dentro de su obra literaria, Meursault, no será para Camus sino el filo de muestra de un existencialismo a toda prueba; será la navaja por donde debes pasar el dedo, y que corte sin que levantes la yema: vivir el instante con serenidad y gozo a pesar de las circunstancias. Es éste, también, el sentido que Camus otorga a Sísifo en su descenso. Esa forma de vida, parecida a navaja que rebana, no puede ser sentida si no se hace uno “extraño” al discurso del dictador de nuestras ideas y pensamientos. La altura de esa calidad de vida, consciente de que la única forma de vencerla es el desprecio, nos la deja caer el mismo Meusault con una meditación desde sus prisiones, después de ser atrapado:

“Después no he tenido sino pensamientos de presidiario. Esperaba el paseo cotidiano que daba por el patio o la visita del abogado. Disponía muy bien el resto del tiempo. Ha menudo he pensado entonces que si me hubiesen hecho vivir en el tronco de un árbol seco, sin otra ocupación que la de mirar la flor del cielo sobre la cabeza, me habría acostumbrado poco a poco. Hubiese esperado el paso de los pájaros y el encuentro de las nubes como esperaba aquí las curiosas corbatas de mi abogado y como, en otro mundo, esperaba pacientemente el sábado para estrechar el cuerpo de Marie. Después de todo, pensándolo bien, no estaba en un árbol seco. Había otros más desgraciados que yo. Por otra parte, mamá tenía la idea, y la repetía a menudo, de que uno acaba por acostumbrarse a todo”. (3)

Algunos de sus pobres críticos dicen que al señor Meursault, antes de escuchar su veredicto de culpabilidad, lo condena su propia indiferencia del espíritu; que se erige como símbolo del desprecio universal por la existencia ajena. Yo afirmo que se equivocan: si existe para él un desprecio, es por el destino que le toca vivir y su forma de vencerlo es no apreciando su absurdidad, sino siendo victorioso sobre su propia hombría. El amante infeliz que vive como si nunca lo hubiesen amado y enfrenta la muerte como un hecho más de su destino, no se mata por amor sino a pesar de él. Para demostrase y demostrar a los demás que es un hombre libre, capaz de una acción humana libre y no esclavo de ella.

***
A veces, cuando el vago y profundo sentimiento de absurdidad abre las heridas de mi vida y a ella asoma el rostro del abandono, y quieren deprimirme, viene a mí –como sucede a Mersault--no la indiferencia, no el abandono, sino (desde esa luminosa prisión que se fabrica uno mismo desde sus adentros), el grito de los vendedores de diarios en el aire calmo de la tarde, los últimos pájaros en la plaza, el pregón de los vendedores de emparedados, la queja de los antiguos tranvías en los recodos elevados de la ciudad y el rumor del cielo antes de que la noche caiga sobre el puerto. Todo esto recompone para mí un itinerario de ciego, que conozco bien antes de entrar en mi cárcel. Es la hora en la que, hace mucho tiempo, me siento contento. Entonces me espera siempre un sueño ligero y sin pesadillas. Así, a la espera del día siguiente, vuelvo a encontrarme con mi destino. Como si los caminos familiares trazados en los cielos de verano pudiesen conducir tanto a las cárceles como a los sueños inocentes.

(1) Lamentablemente, también, las traducciones al español que conozco de este texto omiten el tiempo en que Camus escribió el libro: el presente perfecto. En vez de ello, los trasladores de texto han preferido el pasado del verbo: “Me preguntó”, “Me dijo”. Camus dirá siempre, por ejemplo: “Entonces Marie me ha preguntado”, “El juez ha dicho”, etc. Este sentido del presente perfecto no es otra cosa que esa convicción camusiana de vivir cada instante de la vida como si fuera el único que existiera.

(2) He utilizado para la interpretación de este texto L’ètranger, Albert Camus, Gallimard, 1974.
(3) El lector puede allegarse a la cinta titulada así El Extranjero", dirigida soberbiamente por Luchino Visconti, y la actuación nada a la zaga de Marcello Mastroianni

Tomado de http://loselementosdelreino.blogspot.com/2007/01/ignacio-garca-el-extrao.html

CUENTO de Fadanelli

La visión de Magdalena


Por Guillermo Fadanelli

La noche del dieciocho de septiembre de 1985 estuve intentando bajarle los calzones a Magdalena Godínez. ¿Por qué razón estaba yo haciendo algo semejante? Porque ninguna persona bien nacida, en su sano juicio y en la situación en la que yo me encontraba podría haber hecho otra cosa. Magdalena se resistía, pero no debido a que considerara una afrenta desprenderse de su ropa íntima, sino porque, afirmaba, se había apoderado de ella un mal presentimiento. ¿Qué clase de presentimiento puede hacer que una mujer así de entera se comporte como una colegiala? No lo sé, ni tampoco lo comprendo, pues en mi caso ningún augurio me habría impedido inmiscuirme entre las piernas de una mujer tan bella. Ni siquiera el saber que sería contagiado por una enfermedad africana me habría hecho dar un paso atrás en mis intenciones. No se me escapa que esta afirmación puede parecer absurda, pero me conozco y no está en mi ánimo tomar precauciones cuando mi cuerpo ha decidido lanzarse de bruces a una aventura: prefiero perderlo todo en una sola batalla.
Mientras intentaba convencer a Magdalena de que estaba cometiendo una insensatez, mi mente se hacía a un lado para detenerse en la posibilidad de que una vez terminada nuestra faena nos sucediera una desgracia. Las mujeres saben más del futuro que del pasado y podrían predecir el fin del mundo con mayor exactitud que un congreso científico. Basta que cierren las piernas y todo se va al carajo.
La conocí en Acapulco un mes antes de la noche fatídica del dieciocho de septiembre cuando se negó a entregarme sus pantaletas. No había nadie más en la alberca del condominio Galeón: sólo Magdalena, propietaria del departamento doscientos uno, y yo. ¿Qué hacía yo en ese condominio con vista al mar? Nada distinto a lo que hacía el resto de mis vecinos: olvidarse por unos días del gran monumento a la estupidez que un eufemismo se obstina en llamar Ciudad de México. Magdalena tenía dinero, un convertible y un departamento de lujo en Acapulco. Yo era pobre, pero acudía a mi amigo Mauricio Calderón que al igual que Magdalena tenía dinero, un convertible y un departamento de lujo en Acapulco.
-Creo que tenemos hábitos similares -le dije. Ella secaba su cuerpo a un costado de la alberca.
-No verás a nadie hasta después de las diez; su colesterol no se los permite -respondió sin mirarme. Áspera.
-Espero que jamás nos enamoremos -.¿Por qué dije esto?, no lo sé, acaso impulsado por la visión de su hermoso cuerpo dorado. Estaba próxima a los cuarenta, pero su dinero, su convertible y su departamento de lujo en Acapulco le restaban una década por lo menos.
-No te preocupes, estoy sola, no enferma. ¿Quién eres tú? -me preguntó. La respuesta, lo que siguió a la respuesta y las dos noches siguientes las conservo todavía en la memoria donde espero queden guardadas para siempre.
Un mes después de nuestro primer encuentro, Magdalena me llamó para citarme en su departamento de la calle Tabasco, en la colonia Roma. Lo primero que hizo fue preguntarme si la recordaba: coquetería innecesaria, pues estaba segura de que no la había olvidado y de que había estado pensando en ella todos los días.
-No sólo te recuerdo, te extraño -dije, limitando mis emociones a una frase convencional.
-¿Y entonces por qué no me has llamado, maldito hijo de puta?
-Temía molestarte.
-Por supuesto que me habría molestado, ¿podemos vernos esta noche? -no sé por qué razón pensé que me estaba citando en Acapulco. Aún así acepté.
A las nueve de la noche del miércoles dieciocho de septiembre de 1985 estaba yo frente a la puerta del departamento de Magdalena en la calle Tabasco (su departamento era en realidad una hermosa casa de piedra que había sido dividida en dos). A las diez habíamos terminado la primera botella de vino; a las once las botellas vacías sumaban dos; a las once y media estaba yo encima de ella intentando quitarle las pantaletas. Fue cuando comenzó a hablar del presentimiento.
Magdalena no era una mujer que se entregara a las supercherías y carecía de escrúpulos cuando el asunto era darse placer. ¿Entonces? Lo mismo me preguntaba yo.
-Va a suceder algo terrible, lo siento aquí -y se tocaba con un dedo el vientre desnudo.
-No, mi amor, estoy aquí para protegerte.
-Qué pendejo eres; estoy hablando en serio.
Decidí esperar. Y no miento al decir que me sentía un miserable, un jorobado, un ser al que una mujer decide despreciar sólo porque de repente tiene un jodido presentimiento. Fue en ese momento que abrimos la tercera botella de vino.
A las tres de la mañana, Magdalena tenía aún las pantaletas puestas, y además estaba más borracha que un cura. Al vino había seguido el whisky, así que yo también me encontraba fuera de combate. Pese a nuestro estado crítico continuamos conversando. Quien haya conversado con una mujer que sólo viste blusa y pantaletas sabrá que no existe placer más sofisticado. Quien no lo haya hecho puede seguir bregando.
-Tenías razón, Magdalena, ha sucedido una desgracia -dije, pero mis palabras no causaron en ella una reacción inesperada.
-Siempre tengo razón; de hecho fui educada para tener razón, ¿o tú qué crees?
-Si quiero una erección tendré que esperar hasta mañana. Tú misma has provocado la catástrofe -dije. No sé si arrepentida, Magdalena me abrazó y puso sus labios sobre mi pecho:
-Perdóname, hombre, y sírveme otra copa.
En la recámara no existían rastros de matrimonio, o presencias infantiles. ¿A qué se dedicaba esta mujer? La recámara, tan amplia como mi casa entera, tenía encima la mano de varios sirvientes esmerados y fieles. No había en ese departamento huellas de una vida en comunidad: ¿una viuda que ha encontrado en su repentina libertad un placer nunca imaginado? Me pregunté si Magdalena no sería una vendedora de arte, pero no pude responderme porque me quedé dormido y desperté a las nueve de la mañana cuando la ciudad se había venido abajo.
-La casa se ha puesto en huelga -dijo Magdalena-. ¿Qué carajos hiciste?
-Nada, estoy levantándome.
-Tampoco puedo hacer llamadas -Magdalena seguía ebria y caminaba ansiosa de un lado a otro de la recámara.
-Tomando en cuenta tu comportamiento de anoche, creo merecer que te quedes conmigo esta mañana.
-Lo que necesitamos es un buen desayuno, conozco un lugar a dos cuadras de aquí.
Dos cuadras fueron suficientes para darnos cuenta de que, mientras dormíamos, la ciudad había intentado matarse. Mudos, permanecimos de pie frente a los escombros de un edificio. Allí, desesperado, un hombre arrancaba piedras de lo que había sido su casa. Pedía ayuda, pero cada quien estaba concentrado en su propia desgracia: el polvo dando vueltas en el aire, el silencio de camposanto, las miradas incrédulas, la voz de un radio de baterías haciendo el recuento de los daños, eran las notas centrales de una sinfonía fúnebre. Tomé de la mano a Magdalena para volver a su casa. Entramos a ciegas, como quien desea volver a un hermoso sueño que recién ha abandonado. Serví licor en dos vasos y bebimos en silencio hasta que Magdalena volvió a quedarse dormida.

Fadanelli. Autor de Lodo y La otra cara de Rock Hudson, entre otras novelas.
Recomendación de Octavio García, Alumno Sociología SEA.

martes, 6 de marzo de 2007

ENTREVISTA a Enrique Vila - Matas por Edgar Onofre

Edgar Onofre
Entrevista con Vila-Matas



Un ejercicio de libertad total




Confronto al mundo y ahora, más sereno,
soy más peligroso

Enrique Vila-Matas


"Una pareja de novios se casó, según ellos mismos me dijeron, a causa de un libro mío. Y no quiero ser responsable si ha sido para bien o para mal", recordó el escritor catalán Enrique Vila-Matas cuando se le preguntó si está enterado de que hay lectores suyos que no sólo lo leen, sino que, por esa extraña magia de la literatura, lo quieren. A pesar de que el escritor veracruzano Sergio Pitol, Premio Cervantes 2005, asegura que la obra del catalán se trata de un viaje sin retorno al fin de la noche, una crítica radical de la realidad, el autor de El mal de Montano sostiene que su literatura no tiene otro propósito que el de la salvación: "Escribir siempre es corregir la vida: es lo único que nos protege de las heridas insensatas y golpes absurdos que nos da la horrenda vida auténtica." "Me hice escritor porque, uno, quería ser libre, no deseaba ir a una oficina cada mañana, y, dos, porque vi a Mastroianni en La noche, de Antonioni. En esa película –que se estrenó en Barcelona cuando tenía yo dieciséis años–, Mastroianni era escritor y tenía una mujer estupenda (nada menos que Jeanne Moreau): las dos cosas que yo más anhelaba." Sin embargo, también reconoce que "nunca se llega a escribir la obra perfecta o genial. Antes se aprende a morir que a escribir".Y con todo, Vila-Matas, según explica, escribe continuamente "para no dejar a la humanidad en manos de la muerte. Porque, digan lo que digan, la escritura puede salvar al hombre. Hasta en lo imposible."

–Usted ha mencionado que empezó a escribir para huir, ¿de qué?

–De los veranos aburridos con mi familia, cuando íbamos a la playa. Me separaba de ellos y simulaba que leía, o leía algo y escribía cosas a los doce o catorce años. Creo que buscaba que me dejaran solo. No tenía mucho interés en formar parte del engranaje familiar, tanto como del social. Y empecé a escribir para quedarme solo y reflexionar, leer y, de vez en cuando, escribir. Soy un lector que escribe, creo. Empecé a leer y quise comentar cosas que había leído, así que me considero parte de la estirpe de Borges, o casi. Como un lector que escribe. Después, con la publicación de los libros, llegaron las invitaciones para hablar en público, dar conferencias, hacer intervenciones públicas, y eso, para mí, tenía poca relación con el acto solitario de la escritura.

–¿Ha sido más placentero confrontarse a sí mismo que al entorno, a la sociedad?

–Empecé con un libro que se llama La asesina ilustrada, donde pretendía asesinar al lector que compraba el libro. Era muy joven entonces y creo que, tal vez, quería asesinar al lector para que no se enterara de que yo escribía mal. Con el tiempo, naturalmente, uno comprende que en realidad ha de buscar al lector, porque la lectura es comunicación. Creo que eso se ha ido notando en mis obras, cuya difusión ha avanzado entre los lectores. Así que comprendí que al lector tenía que considerarlo.

–En el trayecto de su obra narrativa, ¿existe un ánimo vengador o reivindicador?

–De reivindicar no, pero sí de utilizar un lenguaje distinto al lenguaje de la televisión, el político, el familiar, el del trabajo, a los que tantas personas están acostumbradas y que son opresores. En cambio, el lenguaje literario es de libertad. A través de la literatura se puede decir todo y, por lo tanto, es un lenguaje que se acerca más a la verdad.

–Este tipo de lenguaje al que se refiere, ¿qué le dice acerca de la sociedad en la que vivimos?

–Es opresor. Tanto en México como en España, donde las televisiones no son iguales pero sí muy parecidas: son como lavados de cerebro para los que ven las noticias que nunca cuentan lo que ocurre realmente. En España, por ejemplo, la televisión oficial, de forma en que casi nadie se ha dado cuenta, ocupa diez minutos con asesinatos, por decir algo. Sé que también los asesinatos domésticos son noticia, pero cada vez hay menos información en torno a todo.

Por ejemplo, la situación política mexicana actual –sobre la que no voy a opinar porque soy un extranjero– a España ha llegado de forma muy limitada. No acaba de ser noticia: no hay muertos, no hay asesinatos, no hay bombas como en Bagdad. Si, por el contrario, el conflicto aumentara en nivel de espectáculo, pasaría a primer plano. Pero a un ciudadano español le preguntas por lo que ocurre en México, que es muy serio, y casi nadie tiene información suficiente. En el propio periódico El País, donde yo escribo, se le dedica media página diaria, que me parece poco para el interés que tiene lo que ocurre aquí. No es noticia porque no ha habido nada espectacular: cuando dos trenes chocan y dejan cuarenta muertos, inmediatamente es noticia de primera plana, pero el análisis de las noticias no se da.

En cambio, la literatura va por otro camino; trata, como en el caso de Kafka, de conocer la verdad.

–En ese caso, ¿usted confronta desde el discurso literario las verdades que impone el aparato hegemónico de la cultura?

–Sí, pero es un terreno que tardé un poco en descubrirlo: el terreno máximo de la libertad, como tardé en entender que si no hacía un ejercicio de libertad total cuando escribía, no tenía sentido. Recuerdo que hace unos años tenía muchos encargos periodísticos de todo tipo; me sometía a las leyes del encargo, y cuando terminaba con ellos, volvía a la nave en la que estaba escribiendo. Ahí me di cuenta –precisamente porque estaba un poco oprimido por el resto del trabajo– de que en la nave, como era mía, podía hacer lo que quisiera. Era una cosa tan simple como esto, pero necesité estar cargado de otros encargos para ver que cuando estaba en mi terreno gozaba de la libertad máxima. Es así como entré a la literatura.

–También ha dicho que las opiniones de los escritores ya no tienen mayor importancia, cuando estábamos creídos que eran de mucho peso, ¿cómo es que se devaluaron de esta forma?

–No sé si en México sea así. En Europa es evidente que un escritor no influye ya en la opinión pública. Y aunque aquí en México las discusiones de los escritores sobre política se han tenido en cuenta un poco, no sirven para nada, porque el político hace lo que quiere.

Sin embargo, hay una manera de incidir, como la de Franz Kafka, quien hablaba sólo de problemas familiares, de su padre, de su entorno; sin embargo, la suya se convirtió en una escritura que en realidad reflexionaba sobre el poder, sin nombres propios, subrepticia a la hora de atacar, pero que fue peligrosísima para el régimen comunista checoslovaco que la prohibió. Aparentemente, Kafka es inocente en términos políticos, pero hizo un discurso literario peligroso para el régimen comunista del momento.

Y eso significa que la literatura puede incidir en la realidad, pero sólo si desarrolla al máximo sus mejores posibilidades, que son las estrictamente literarias, y desde ahí hace un discurso sobre el mundo que pueda ser peligroso para el poder.

–Existen escritores burócratas, como lo ha denunciado, pero también ciudadanos y empresarios cortesanos, ¿cómo le hace cuando por azares del destino tiene que convivir con esta fauna?

–Han sido generalmente encuentros conflictivos. Pero he llegado a la conclusión de que lo mejor es que no pierda el tiempo con ellos, ni atacándoles, porque es desperdiciar el tiempo. Es cierto que están en todas partes. Por escritor burócrata me refiero al que es conservador en literatura, el que repite lo que ya se ha hecho, el que escribe lo que sabe que va a tener lectores, pero que no es más que la imitación de algo que ya ha funcionado. Y, bueno, son escritores conformistas y son la mayoría. En España se da mucho más, precisamente porque hay bastante facilidad para publicar: hay más dinero de editoriales y eso hace que los escritores se conviertan en realizadores de un libro anual, que procuran tener una producción rápida para venderla, que no repasan bien los libros, que no los corrigen lo suficiente, que les importa poco todo esto y que lo hacen como un trabajo más para ganar dinero. Esta situación ha llegado a tal punto en España que antes los jóvenes querían ser ingenieros, abogados o arquitectos porque se consideraban profesiones que daban dinero. El día de hoy, además de futbolistas, también consideran que ser escritor puede dar buen dinero. Es un dinero fácil y peligroso, y por eso nos hemos llenado de escritores funcionarios, falsos.

–Usted gusta de negar que la humanidad está al borde del vacío, aunque muchos filósofos aseguran lo contrario. En lugar del vacío, ¿qué prefiere?

–La lucha del individuo contra las injusticias del Estado, por ejemplo. La batalla individual, que a veces parece que no es nada, pero si cada uno tiene su pequeña rebelión, llamémosla de bolsillo, y la lleva consigo y la usa cotidianamente, sería una fuerza considerable. No resignarse. Creo que se ha perdido mucho en humanismo y quizá ha sido sustituido por algo más inteligente o más nuevo. Se han extraviado, me parece, algunas virtudes que tenían el cristianismo o el marxismo, por poner dos ejemplos. Vamos hacia un mundo frío que carecerá de sentimientos y de ideas, sin ideologías, salvo la del dinero; por lo tanto, la perspectiva no es especialmente buena. Sin embargo, en mis viajes por el mundo me voy dando cuenta de que lo que no sale jamás a la luz pública es la gran cantidad de personas que resisten, de que hay una resistencia bastante notable en todos los países que conozco, que no tiene el poder ni siquiera de publicar, pero está ahí.

–¿Es exagerado pensar que usted es un confrontador de la realidad?

–Lo soy, aunque mediante la realidad paralela que significa la literatura, y que es más intensa que la vida que nos venden actualmente. La vida tiene mucho prestigio, dicen, pero en muchas ocasiones, la literatura ha sido más intensa que la propia vida. Hay vidas muy poco estimulantes, mientras que en la literatura se encuentra de todo. No tengo vergüenza de decir que considero la experiencia literaria mucho más intensa que la vida misma, y no estoy hablando de mí mismo, de mi existencia, sino de lo que llamamos vida, la cual no tiene, actualmente, la calidad que pudo tener en otra época. En cambio, la literatura ofrece una intensidad superior.

–Tras su convalecencia, ahora que busca más la serenidad, ¿se convertirá acaso en un confrontador más peligroso?

–Sí. Lo he comentado con mi mujer en estos días. Veremos si puedo ser más peligroso, si ahora que estoy más calmado me acerco más a decir lo que pienso realmente. Aunque estos son sólo buenos deseos.

–¿Conoce el miedo y la angustia?

–Sí, y aquí no hay dudas. Mi literatura, creo, parte de una evidente angustia existencial que procuro apartar escribiendo. Y me ha ido muy bien: mientras reflexiono sobre la angustia, estoy al menos escribiendo; pensar en ella es de alguna manera estimulante.

–Y en este proceso, ¿la angustia se convierte en algo más placentero?

–Sí, como si la dominara mediante la escritura. Y el mismo hecho de pensar en ella es bueno, porque es como cuando alguien formula un problema públicamente ante otros; dicen que es bueno hacerlo. Y para mí ha sido bueno escribir sobre algo que me angustia. De hecho, en el próximo libro –que no creo cambiarle el título: Exploradores del vacío–, hablo de personas que merodean en torno al vacío existencial y tratan de encontrar algo en lo que se presenta como materia oscura de la vida, aquello sobre lo que no sabemos nada.

–En México se usa el dicho: "A toda capillita, le llega su fiestecita". ¿A qué fiesta está llamado a acudir usted?

–Alguien me pasó un poema de un escritor sudamericano que habla de la fiesta del vacío. Dice que, aunque no lo sabemos, la hay también en el vacío. Y quizá toda mi obra sea una fiesta que van dando mis personajes, en diferentes libros, en mi ausencia, en espera de que me una a ellos en lo que sería una gran fiesta secreta en el centro mismo del vacío.

–¿Y es una fiesta alegre?

–Sí, yo la veo muy alegre. Sobre todo porque aún no he llegado allá.

Edgar Onofre es reportero egresado de la de la Universidad Veracruzana. Actualmente es el Jefe del Departamento de Prensa de esta casa de estudios.

Tomado de http://www.jornada.unam.mx/2007/02/04/sem-edgar.html